jueves, 1 de marzo de 2012

¡PIES SUCIOS!



“Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros
también debéis lavaros los pies los unos a los otros,” (Juan 13:14).

Los discípulos fueron doce hombres amados por Dios -preciados ante Sus ojos,
llenos de amor por Su hijo, puros de corazón, en completa comunión con
Jesús. Y aún así, ¡ellos tenían pies sucios!

En esencia, Jesús, les estaba diciendo a estos hombres, “Sus corazones y
manos están limpias pero sus pies no. Estos se han ensuciado durante su camino
diario conmigo. Ustedes no necesitan lavar todo su cuerpo, solamente sus
pies.” La suciedad que Jesús menciona nada tiene que ver con la suciedad
natural. Se trata del pecado- de nuestras faltas, fallas, de nuestra caída en
tentaciones.

No importa cuán sucias y empolvadas hayan estado las veredas de Jerusalén,
ninguna época ha estado tan sucia como la nuestra. Me pregunto, cuántos de
ustedes que se encuentran leyendo ahora mismo este mensaje tienen alguna
suciedad colgando. Tal vez esta semana pasada usted cayó en tentación o le
falló a Dios de cierta forma. No se trata de que usted le haya dado la espalda
a Dios. Por el contrario, usted ama al Salvador más apasionadamente que nunca,
pero usted falló y ahora está lamentándose porque sus pies están sucios.

Las Escrituras nos dicen: “Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna
falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de
mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas
tentado.” (Gálatas 6:1). Aquí la palabra griega para falta significa “una
caída, un pecado.” Nosotros debemos restaurar a todo cristiano que cae en
pecado si éste cuenta con un corazón arrepentido.

El lavar los pies, en su significado más profundo, tiene que ver con nuestra
actitud ante la suciedad que vemos en nuestro hermano o hermana. Entonces le
pregunto: ¿qué hace usted cuando se encuentra cara a cara con alguien que ha
caído en pecado o transgresión?

Debemos tomar el manto de la misericordia de Dios y dirigirnos hacia la persona
herida. En el amor especial de Jesús no debemos juzgarle, ni exponerla, ni
darle un sermón o tratar de encontrar su falta. En su lugar, nosotros debemos
de comprometernos a ser su amigo. Nosotros debemos conducirle a la salvación
al compartirle sobre la guianza, la sanidad, la limpieza y el consuelo que nos
ofrece la Palabra de Dios.


DAVID WILKERSON








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