Nuestras mentes tienen una tendencia natural a divagar e ir a la deriva.
Seguido nosotros no podemos dormir porque somos incapaces de apagar el flujo de
pensamientos que invaden nuestras mentes. Yo le llamo a esto, “distracciones
involuntarias.”
Recientemente, mientras me sentaba en la congregación durante la alabanza, mi
mente fue inundada con pensamientos - sobre el ministerio, sobre mi siguiente
predicación, sobre las finanzas de la iglesia, sobre la necesidad de un
espacio más grande. Todas estas cosas eran importantes pero estaba totalmente
distraído de alabar al Señor. Yo tuve que traer mis pensamientos a la
cautividad.
Cuando Dios tuvo una comunión íntima con Abraham e hizo un pacto con él,
Abraham mató a cinco animales y los sacrificó. La Escritura dice, “Y
descendían aves de rapiña sobre los cuerpos muertos, pero Abram las
ahuyentaba.” (Génesis 15:11).
Esto es exactamente lo que nos sucede durante la alabanza. Pensamientos
descienden sobre nosotros como aves de rapiña, interfiriendo en nuestra
intimidad con Él, tratando de devorar nuestro sacrificio. Y, como Abraham,
necesitamos ahuyentarlas.
Todo el tiempo que yo me encierro a orar, en diez minutos mis pensamientos
empiezan a ir en todas direcciones. Escucho mi boca alabar al Señor, pero mi
mente está completamente en algo diferente. Yo trato de pelear contra este
flujo de pensamientos, pero más siguen fluyendo. La carne constantemente pelea
en contra de nuestro espíritu, queriendo nuestra atención.
Lo mismo me sucede en la casa de Dios. Yo puedo estar alabando al Señor, lleno
de amor por Jesús, cuando de repente mi mente empieza a dirigirse hacia otros
asuntos. Nuestros pensamientos divagantes no son siempre del diablo. Algunas
veces simplemente nos inundan -pensamientos sobre el negocio, la familia, sobre
problemas y dificultades. ¡Estos siempre deben ser traídos cautivos porque
estamos en guerra!
La carne siempre tratará de interferir con nuestro tiempo de alabanza y de
oración. Se nos ha dado el mandamiento de resistir a la carne, y debemos traer
a Jesús como centro de nuestro enfoque. Si mantenemos nuestra mente centrada en
Dios, su fuego caerá en nuestro sacrificio santo.
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