jueves, 30 de agosto de 2012

SIN PACIENCIA

Israel se rehusó a creer en el mensaje de Dios acerca de lo preciado que era
delante de sus ojos. En su lugar, ellos prefirieron enfocarse en su condición
-en sus problemas, debilidades, incapacidades- y dieron lugar a sus miedos.

Después de un tiempo, Dios perdió su paciencia hacia ellos y le dijo a
Moisés: “¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuándo no me
creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos? Yo los heriré
de mortandad y los destruiré...” (Números 14:11-12).

El Señor perdonó a Israel gracias a Moisés pero no les fue permitido entrar
a la Tierra Prometida. En su lugar, ellos fueron asignados a vivir en el
desierto, a una vida de temor constante y de dudas destructivas. Ellos fueron
perdonados  -pero ¡eran miserables! Ellos habían perdido la esperanza, el
descanso y la paz que venía de aceptar y creer cuán especial eran para Dios
sus hijos.

Amado, la única vez que la paciencia de Dios hacia nosotros se agota es cuando
nos rehusamos vez tras vez a aceptar lo mucho que Él nos ama y su deseo por
vencer nuestras batallas. Inclusive hoy en día hay muchos cristianos que viven
en un desierto creado por ellos mismos. Estos no cuentan con gozo ni victoria.
Al observarlos usted podría pensar que Dios los ha olvidado desde hace años
cuando en realidad Él los ha dejado en sus propias quejas y murmuraciones.

Gracias a Dios, Josué y Caleb entraron a la Tierra Prometida. ¡Y qué gozo
ellos sintieron! Dios los bendijo grandemente y ellos se levantaron como
árboles verdes en Su casa hasta su lecho de muerte. Ellos fueron hombres de
poder y visión porque sabían que eran preciados para Dios.

A pesar de sus problemas y fallas, usted también es preciado para el Señor.
No importa cuáles sean sus pruebas o batallas, usted puede ser un árbol verde
en la casa de Dios, tal como Josué y Caleb lo fueron. Simplemente, agárrese de
lo que Su Palabra promete: “Me sacó a lugar espacioso; me libró, porque se
agradó de mí.” (Salmos18:19). Este es el fundamento de la fe.

DAVID WILKERSON

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