Una persona de doble ánimo, alguien que cree que el poder está repartido
equitativamente entre Dios y Satanás, es inestable en todos sus caminos. Esto
explica por qué “…en el tiempo de la prueba (algunos) se apartan” (Lucas
8:13). Vuelven a caer en el temor y quitan su mirada del asombroso poder de
Dios.
Jesús nos enseñó, diciendo: “Velad y orad, para que no entréis en
tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es
débil” (Mateo 26:41). El espíritu de Dios en ti anhela enseñarte a confiar
en Su poder, pero la carne busca rendirse al temor. Yo creo que fue el temor y
no el cansancio lo que hizo que los discípulos se quedaran dormidos mientras
Jesús oraba en el huerto. Ellos acababan de recibir las noticias de que Jesús
sería traicionado y entregado en manos de pecadores, Pedro se volvería un
traidor y ellos serían perseguido y dispersados. De pronto, olvidaron todos
Sus milagros, Su gran poder para sanar a los enfermos y levantar a los muertos,
Su poder para multiplicar los panes y los peces. Ellos tenían pavor de que el
Señor los abandone. Dormían el sueño de los condenados. Cuando Jesús nos
pide que oremos para no caer en tentación, en realidad, Él está diciendo:
“Oren para que aprendan a confiar en el poder de Dios ahora, ¡en lugar de
tener que regresar a la batalla de la tentación vez tras vez, hasta que hayan
aprendido la lección.
La Biblia dice que Dios “… sabe el Señor librar de tentación a los
piadosos” (2 Pedro 2:9). ¿Cómo? Poniéndonos en el fuego, hasta que
salgamos cantando: “…mayor es el que está en [mí], que el que está en el
mundo” (1 Jn 4:4). Hasta que aprendamos que ¡vencemos sólo por fe!
No tienes que ceder ente la tentación, ¡aunque a veces sucede! Aun el más
santo en el pueblo de Dios lo hace ocasionalmente. Por eso Dios hizo una
provisión especial para aquéllos que fallan: “y si alguno hubiere pecado,
abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1).
El dolor que siente nuestro Señor, cuando cedemos ante la tentación no es
nada en comparación al dolor que siente cuando no sabemos cómo tratar con
ello. A Él le duele más el hecho de que no hemos confiado en Su poder para
librarnos. A Dios le duele más lo que no hacemos que lo que hacemos. El
cristiano vencedor es aquél cuya vida confiesa: “Dios tiene el reino, el
poder y la gloria por siempre. ¡Amén!”.
DAVID WILKERSON
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