“Y ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas; porque el
viento era contrario. Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos
andando sobre el mar. Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se
turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo. Pero en seguida
Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!” (Mateo
14:24-27).
Los discípulos estaban tan agobiados y tan abrumados repentinamente, que la
sola idea de que Jesús estaba cerca cuidando de ellos era absurda.
Probablemente uno dijo: “Esta es la obra de Satanás. El diablo salió a
matarnos, por todos los milagros de los que hemos formado parte.” Otro dijo:
“¿Dónde nos equivocamos? ¿Quién de nosotros tiene pecado en su vida?
¡Dios está enojado con alguien en esta barca!” Otro podría haber
preguntado: “¿Por qué nosotros? Estamos haciendo lo que Él dijo que
hagamos. Estamos siendo obedientes. ¿Por qué esta tormenta repentina?”
Y en la hora más oscura “Jesús vino a ellos.” ¡Qué difícil debe haber
sido para Jesús esperar en el borde de la tormenta, amándolos tanto,
sintiendo cada dolor que sentían, queriendo tanto evitar su sufrimiento,
anhelando hacer algo como un padre por sus hijos en problemas. Sin embargo, él
sabía que nunca lo podrían conocer completamente o confiar en Él hasta que
toda la furia de la tormenta cayera sobre ellos. El se revelaría solamente
cuando ellos hubiesen llegado al límite de su fe. La barca no se habría
hundido, pero su miedo los habría ahogado más rápido que las olas golpeando
la embarcación. El temor de ahogarse era por la desesperación, no por el
agua!
“Y los discípulos, viéndole…se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma!”
(Mateo 14:26).
Ellos no reconocieron a Jesús en esa tormenta, vieron un fantasma: una
aparición. La idea de Jesús estando tan cerca, siendo participante de todo
aquello que estaban pasando, ni siquiera entraba en sus mentes.
El peligro que todos enfrentamos es no ser capaces de ver a Jesús en nuestros
problemas. En lugar de eso, vemos fantasmas. En el mismísimo momento en que el
temor alcanza su punto más alto, cuando la noche es más negra, la tormenta es
más furiosa, los vientos son más fuertes y la desesperanza es abrumadora,
Jesús siempre se acerca a nosotros para revelarse como el Señor de la
inundación: el Salvador en las tormentas.
“Jehová preside en el diluvio, Y se sienta Jehová como rey para siempre”
(Salmo 29:10).
DAVID WILKERSON
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