miércoles, 11 de junio de 2014
EL SEÑOR ES BUENO Y PRONTO PARA PERDONAR
Muchos creyentes son abrumados de tal manera por sus fracasos que con el tiempo
se sienten atrapados sin esperanza de ayuda alguna. Isaías escribió acerca de
tales creyentes: “Pobrecita, fatigada con tempestad, sin consuelo” (Isaías
54:11).
A veces algunos se enojan con Dios. Se cansan de esperar a que Él se mueva,
entonces, claman en forma acusadora: “Señor, ¿dónde estabas cuando te
necesitaba? Clamé a ti para que me libraras, pero nunca respondiste. Hice todo
lo que sé hacer, pero aun no soy libre. Estoy cansado de arrepentirme y llorar,
sin ver ningún cambio”. Muchos creyentes así, sencillamente dejan de luchar
y se entregan a su lujuria.
Otros caen en una neblina de apatía espiritual. Están convencidos de que Dios
no se preocupa por ellos. Se dicen a sí mismos: “Mi camino está escondido de
Jehová, y de mi Dios pasó mi juicio” (Isaías 40:27). “Me dejó Jehová, y
el Señor se olvidó de mí.” (Isaías 49:14).
Incluso otros terminan poniendo toda su atención en su pecado, tratando de
mantenerse en un estado de constante convicción. Esto sólo hace que ellos se
desconcierten, clamando: “Nuestras rebeliones y nuestros pecados están sobre
nosotros, y a causa de ellos somos consumidos; ¿cómo, pues, viviremos?”
(Ezequiel 33:10). El hecho es que, sentir convicción de pecado no es un fin en
sí mismo. Cuando somos humillados a causa de la culpa y la tristeza por nuestro
pecado, no debiéramos permanecer en esos sentimientos. Éstos existen para
llevarnos al final de nosotros mismos y a la victoria en la cruz.
Después de tanto llorar y clamar al Señor, David terminó testificando:
“Pero en ti hay perdón, para que seas reverenciado” (Salmo 130:4). El
Espíritu Santo comenzó a inundar su alma con recuerdos de la misericordia de
Dios y David recordó todo lo que había aprendido acerca de la naturaleza
perdonadora del Padre: “Pero tú eres Dios que perdonas, clemente y piadoso,
tardo para la ira, y grande en misericordia” (Nehemías 9:17).
Pronto, David comenzó a regocijarse, recordándose a sí mismo:” Porque tú,
Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que
te invocan” (Salmos 86:5).
DAVID WILKERSON
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