lunes, 23 de junio de 2014
¡CÁMBIAME, SEÑOR!
No estoy en contra de la consejera cristiana. Muchas personas están
respondiendo a la consejería que están recibiendo, y sus vidas, sus
matrimonios y sus hogares están siendo sanados. De hecho, la consejería se ha
convertido en un ministerio importante en la iglesia de Jesucristo. Casi todas
las congregaciones grandes en América tienen al menos un consejero a tiempo
completo en su cuerpo administrativo y aquí en Times Square Church, tenemos un
número de ellos.
Pero veo más y más cristianos afligidos que no responden en absoluto a la
consejería que reciben. Pueden ser ministrados por semanas, y aún meses, sin
mostrar ningún resultado. Un pastor o consejero puede llevarlos paso a paso
por las Escrituras, mostrándoles la clara verdad de la palabra de Dios. Les
puede decir: “Esto es lo que Dios dice acerca de tu problema. Él dice que se
supone que debes hacer esto y esto otro”. Les confronta con la realidad de que
recibirán el juicio de Dios si no abandonan su pecado.
Sin embargo, ninguno de estos consejos es recibido. ¿Por qué? Hay un velo
espiritual sobre los ojos de esta gente. Tienen una terrible ceguera que no les
permite ver su propia culpa y la necesidad de cambiar.
Desde que comencé a pastorear me he encontrado en medio de muchas contiendas
familiares y puedo testificar que pocas de esas guerras se pueden resolver sin
la intervención sobrenatural. ¿Por qué? Porque todos quieren que la otra
persona cambie.
Una de las partes involucradas me dice: “¿Por qué es tan terco? Él
necesita cambiar.” Entonces escucho algo similar de la otra parte: “¿Cómo
es que puede tener un corazón tan duro? Ella sabe que estoy haciendo lo mejor
que puedo. ¿Es esto lo que recibo por ser bueno con ella?
Siempre es culpa de la otra persona, es la otra persona la que necesita
cambiar. Por esto pienso que la consejera no tendrá ningún impacto hasta que
el pueblo de Dios tome una decisión. Todos tenemos que apropiarnos de esta
oración cada día, de una manera sincera: “Oh Señor, cámbiame”.
Pasamos mucho tiempo orando: “Señor, cambia mis circunstancias, cambia a mis
compañeros de trabajo, cambia la situación de mi familia, cambia las
condiciones de mi vida.” Sin embargo, en pocas ocasiones hacemos esta
oración tan importante: “Cámbiame, Señor. El problema real no es mi
esposa, mi hermano, mi amigo. Yo soy quien necesita esta oración.”
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento” (Romanos 12:2).
DAVID WILKERSON
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