miércoles, 18 de junio de 2014

AYUDÁNDONOS UNOS A OTROS EN ORACIÓN

La esposa de un pastor dejó un lastimoso mensaje en la máquina contestadora de nuestro ministerio. Ella dijo de una forma poco clara: “Hermano David, miles de esposas de predicadores beben en secreto para cubrir su dolor. Eso es lo que yo hago. Bebo para adormecer el dolor”. Otras esposas de ministros escriben sobre sus matrimonios en ruinas o sobre la adicción de sus esposos a la pornografía. Amados, estas son las personas que ahora estoy ayudando en oración. Oro por los ministros y sus familias, porque yo sé que lo necesitan. He aprendido de primera mano que la oración de los ayudantes da resultado. Las Escrituras dicen que cuando el apóstol Pedro estaba encarcelado: “La iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él.” (Hechos 12:5). ¡Y Dios libertó a Pedro con un milagro! Pablo no sólo pedía ayudantes de oración, sino que él mismo era un ayudante. Él sabía que era parte de su llamado como ministro del Evangelio. Él escribió a los filipenses: “A todos los santos…con los obispos y diáconos…Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros, siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros…por cuanto os tengo en el corazón” (Filipenses 1:1, 3, 4, 7). ¿Estás enterado de que el matrimonio de un hermano o de una hermana está en peligro? Si es así, ¿qué haces? ¿Simplemente comentas a los demás: “¡Qué vergüenza que ellos estén a punto de separarse!”? o, ¿traes sus nombres al Señor y luchas por ellos en oración? ¿Deseas el ministerio de ser un ayudante en oración? Si no conoces a nadie que tenga una necesidad, empieza orando por todos los matrimonios cristianos y por todos los santos de Dios. Tus oraciones no tienen que ser largas. Simplemente declara tu petición y confía que Dios te oye. Esto me fue ilustrado una vez cuando estuve enfermo en cama. Uno de mis nietos entró y anunció: “Abuelo, voy a orar por ti”. Mi pequeño ayudante puso sus manos sobre mi cabeza y oró: “Jesús, sánalo”. Le sonreí y le di las gracias, pero él seguía mirándome. Finalmente, dijo: “Estás sano, ¡levántate!” Así que me levanté y… ¡estaba sano! Su oración de fe me puso de pie. Liberaciones poderosas toman lugar cuando los santos de Dios le buscan diligentemente con la fe de un niño por las necesidades de sus hermanos y hermanas. DAVID WILKERSON

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