martes, 11 de junio de 2013
LLENOS DE LA GLORIA DE DIOS
“¿Cómo puedo ser lleno de la gloria de Dios?” Muchos en el Antiguo
Testamento hicieron dicha pregunta y aun Moisés tuvo este clamor. La versión
“King James” (en inglés) muestra la angustia de Moisés con mayor
claridad: “Te ruego que me muestres tu gloria”. Este “ruego” implica
una súplica, un gemir dentro del alma, una expresión de necesidad que
simplemente debe ser saciada.
A Dios le debe de haber agradado la petición de Moisés, porque Él aceptó
revelarle Su gloria. Le instruyó a Moisés a ocultarse detrás de una roca y
asomarse brevemente mientras Él pasaba, pues Él sabía que ni siquiera
Moisés podría soportar el brillo de Su gloria. Así que Moisés contempló un
rayo de la gloria de Dios, sin embargo dicho rayo de gloria le impactó
poderosamente.
A la mayoría de nosotros se nos ha enseñado que después de que Moisés
descendió, éste tuvo que ponerse un velo sobre su rostro debido a su brillo
excesivo. Sin embargo, la Escritura literalmente dice: “Y cuando acabó
Moisés de hablar con ellos, puso un velo sobre su rostro” (Éxodo 34:33).
Fue después de terminar de hablar con el pueblo que Moisés cubrió su rostro.
¿De qué se trata esto?
Pablo lo explica en Segunda de Corintios: “Moisés… ponía un velo sobre su
rostro, para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello
que había de ser abolido” (2 Corintios 3:13). La osada declaración de Pablo
de que una forma de la gloria de Dios tendría un final se refería a la gloria
en el rostro de Moisés. Incluso la brillante gloria de la presencia de Dios
eventualmente se opacaría.
Aun así, Pablo dice que existe un tipo de gloria de Dios que nunca se opaca.
“Porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que
permanece” (3:11). Acá, Pablo se refiere a la gloria de Dios personificada
sólo en Jesucristo. “Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha
franqueza; y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro” (3:12-13).
A causa de la gloria de Cristo, se nos ha dado una osadía tal ¡que ni el
mismo Moisés recibió! Pablo explica: “Pero cuando se conviertan al Señor,
el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el
Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a
cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de
gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”
(3:16-18).
En Cristo, tenemos dentro de nosotros una gloria que no se apaga. Nuestra
confianza excede aun a la de Moisés, debido a que proviene del Espíritu de
Cristo mismo. La gloria del Señor estaba en él a causa del tiempo que pasaba
en la presencia del Señor, pero es diferente para nosotros. A causa de Jesús,
la gloria de Dios en nosotros nunca deja de operar. Nos transforma continuamente
“de gloria en gloria”. ¡Tenemos una gloria que no pasa, no cambia y no se
opaca!
GARY WILKERSON
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