viernes, 14 de junio de 2013

LLEGAR A CONOCER A JESÚS

Después de su encuentro con los diez leprosos (ver Lucas 17:11-19), Jesús y los apóstoles probablemente comieron algo y estaban lejos del pueblo. De pronto, oyeron un bullicio detrás de ellos y cuando miraron atrás, vieron a un hombre correr hacia ellos, que ¡gritaba y agitaba sus brazos! Uno de sus discípulos dijo: “¡Es uno de los diez leprosos del pueblo!” A medida que se acercaba, le oyeron gritar: “¡Gloria a Jesús! ¡Alabado seas!”. ¡Era el leproso samaritano! Cuando vino a Jesús, ¡se postró a sus pies y prorrumpió en alabanza y gratitud! Desde su interior derramó adoración para el Hijo del Dios viviente: “¡Tú eres el Hijo de Dios, Gloria!”. Jesús lo miró y dijo: “¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?” (Lucas 17:17). Él preguntaba: “¿Por qué sólo tú? ¿Dónde están tus amigos, los otros que sané?”. Amados, ¡ésa es la pregunta que Jesús sigue haciendo hoy! De las muchas multitudes que Él ha sanado y limpiado, ¡tan sólo un remanente es atraído de vuelta a Él! Así que, ¿Dónde están los demás? Están en el mismo lugar donde dieron a parar los nueve leprosos: perdidos en la iglesia, absorbidos por la religión. Yo creo en las estadísticas bíblicas. Y si la estadística de esta historia en el evangelio de Lucas es precisa, noventa por ciento de los que son tocados por Jesús terminan regresando a alguna iglesia muerta, seca. Nunca se acercan a Jesús, porque se extravían en la religión. Los nueve leprosos estaban ansiosos por continuar sus vidas, de vuelta a sus familias. Ellos decían: “Quiero recuperar mi dignidad. ¡Quiero ir a la sinagoga otra vez y estudiar acerca del Mesías venidero!”. Quizás tú dices: “¿Qué hay de malo con eso? ¿No debe un hombre proveer para su casa? ¿Acaso David no habla de meditar en la profundidad de Dios? ¿No se supone que los cristianos deben estar motivados a trabajar diligentemente, a hacer exactamente lo que los nueve leprosos hicieron? ¿Y no les dijo Jesús que vayan directamente al sacerdote?”. Sí, todo eso es cierto, ¡pero nada tiene sentido si primero no llegas a conocer a Jesús! DAVID WILKERSON

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