miércoles, 29 de enero de 2014

MOISÉS ADORÓ

Cuando Moisés vio la revelación de la gloria de Dios, que Él es bueno, amoroso, solícito, lleno de gracia y perdonador; cayó de rodillas y adoró. “Entonces Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo y adoró” (Éxodo 34:8) La revelación de la naturaleza de Dios sobrecogió a este hombre. El vio cuan misericordioso y paciente es Dios con sus hijos, incluso con un pueblo terco, idólatra, y que le había ofendido. ¡Moisés fue tan conmovido por esta revelación, que salió de la hendidura de la peña, se postró a tierra y adoró! Es importante notar que esta es la primera vez que se menciona a Moisés adorando. Antes de esta revelación de la gloria de Dios, lo encontramos orando e intercediendo, gimiendo y rogándole a Dios por Israel; y hablando con Él cara a cara. Le oímos cantando alabanzas de victoria al Señor al otro lado del Mar Rojo y después, clamando al Señor en las aguas amargas de Mara. Escuchamos su clamor desesperado a Dios en Refidim, cuando el pueblo estaba preparado para apedrearlo por no proveer agua. Pero, esta es la primera vez que leemos las palabras: “Moisés adoró”. Creo que este verso dice mucho a la iglesia hoy en día. Dice que un cristiano puede orar diligentemente sin haber adorado nunca de verdad. De hecho, es posible ser un guerrero de oración y un intercesor, y todavía no ser un adorador de Dios. Puedes pedir por tus hijos inconversos, orar por las necesidades de la iglesia completa, ser santo y humilde en busca del corazón de Dios… ¡y sin embargo nunca adorarle verdaderamente! Ahora bien, no quiero añadir definiciones a las muchas que ya existen de lo que significa adorar. Ya se han publicado muchos libros sobre varias técnicas de adoración. Pero, en resumen, diré esto: ¡la adoración no puede ser aprendida!. Es un brote espontáneo, un acto de un corazón lleno de la revelación de la gloria de Dios y Su increíble amor por nosotros. La adoración es una expresión de gratitud que reconoce que deberíamos haber sido destruidos por nuestros pecados hace mucho tiempo, mereciendo la ira de Dios por nuestras fallas y culpas, pero en lugar de eso, Dios llegó a nosotros con una gran revelación: “Aún te amo!”. A este punto, Moisés ya no estaba intercediendo por los pecados de Israel, ni le estaba pidiendo dirección al Señor; no estaba pidiéndole a Dios un milagro de liberación, o poder, o sabiduría. ¡El estaba maravillado por la revelación de la gloria de Dios! DAVID WILKERSON

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