Bajo el Antiguo Pacto, se requería obediencia absoluta. La ley de Dios no
permitía ni la más mínima desobediencia. En sencillas palabras, el alma que
pecaba, moría.
Esos mandamientos fueron presentados claramente, describiendo la perfecta
obediencia que un Dios santo requiere. Sin embargo, la ley no proveía nada en
la carne para tal obediencia y el hombre se vio totalmente incapaz de cumplir
con las demandas de la ley. Pablo llamó a la ley “un yugo sobre la cerviz
que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar” (Vea Hechos 15:10).
Sin embargo, Pablo también describe la ley como un “ayo, para llevarnos a
Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Gálatas 3:24). La
ley expone nuestros corazones y nos enseña que somos de voluntad débil,
indefensos como bebés y que necesitamos un salvador.
A estas alturas, te estarás preguntando, “¿Por qué Dios demandaría
obediencia perfecta de parte nuestra, y sin embargo no nos proporcionaría el
poder para cumplir?” La Biblia lo deja en claro: Dios nos tenía que llevar
un punto en donde nos demos cuenta que no teníamos poder para escapar de
nuestro pecado.
A Israel le tomó cuatrocientos años de aflicción aprender que no podían
producir su propia liberación. No pudieron librarse del dominio de la
esclavitud en sus propias fuerzas. Ellos necesitaban tener un libertador, un
Dios que les extienda la mano y los saque de su esclavitud.
Y pasaron siglos, hasta el tiempo de Zacarías, para que Israel reconozca su
necesidad de un redentor. Finalmente se convencieron que necesitaban un
salvador que sería “a ellos un muro de fuego en derredor, y que estaría
para gloria en medio de ellos” (Vea Zacarías 2:5). ¡Dios mismo será el
fuego alrededor de ellos y la gloria dentro de ellos!
Sin embargo, muchos cristianos de hoy en día todavía no han aprendido esta
lección. Ellos están viviendo bajo la ley, esforzándose en su carne,
haciendo promesas a Dios, tratando de liberarse de sus pecados. Se despiertan
cada día diciendo: "Este es el día, Señor! Voy a encontrar la fortaleza y la
fuerza de voluntad para romper estas cadenas. ¡Con sólo un poco más de
esfuerzo, voy a ser libre! "
¡No! Nunca va a suceder. Eso solo terminará en más culpa. La ley tiene el
propósito de conducirnos a la cruz para reconocer nuestra incapacidad, nuestra
necesidad de un redentor.
DAVID WILKERSON
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