« ¿Con qué me presentaré ante el Señor? ¿Cómo adoraré al Dios
Altísimo? ¿Debo presentarme ante él con holocaustos, o con becerros de un
año? ¿Le agradará al Señor recibir millares de carneros, o diez mil ríos
de aceite? ¿Debo darle mi primogénito a cambio de mi rebelión? ¿Le daré el
fruto de mis entrañas por los pecados que he cometido?» (Miqueas 6:6-7).
En este pasaje los israelitas estaban haciendo una buena pregunta: "¿Cómo
puede un humano acercarse a un Dios santo ¿Cómo podemos agradarle y ser
aceptados por Él. ¿Qué clase de sacrificio quiere de nosotros? ¿Nuestra
sangre, nuestros cuerpos, nuestros hijos?"
La respuesta de Dios aparece a lo largo de las Escrituras: "No quiero tus
sacrificios, tus buenas obras, tus promesas ni tus acciones morales. Ninguna de
estas cosas carnales es aceptable delante de mis ojos, nada puede agradarme o
deleitarme excepto Mi Hijo y que todos los que están reunidos en Él."
Piense en la persona más Íntegra que conoce, incluso esa persona no es
aceptada en la presencia de Dios fuera de Cristo. Todas las obras buenas de esa
persona, su naturaleza amable y su generosidad son trapos de inmundicia a los
ojos de Dios.
Entonces, ¿cómo seremos aceptados por Dios? Pablo escribe: "Él nos hizo
aceptos en el Amado" (Efesios 1:6). Nuestras buenas obras vienen como resultado
de estar en Él.
Si usted ha entregado completamente su corazón a Jesús, es probable que haya
expresado las mismas preguntas que Israel preguntó: "Oh, Dios, ¿cómo puedo
complacerte ¿Cómo puedo ser un deleite para ti? He hecho promesas y he
tratado de dar lo mejor de mí, pero cada vez que pienso que estoy progresando,
doy dos pasos hacia atrás. ¿Debería leer más de la Biblia? ¿Debería pasar
más tiempo en oración? ¿Debo testificar más? Señor, ¿qué quieres de
mí?"
Dios nos responde como lo hizo a Israel: "Yo no quiero ninguno de tus
sacrificios o buenas obras. Yo sólo reconozco la obra de mi hijo quien me
deleita y me complace. Te elegí desde antes de la fundación del mundo para
casarte con Mi Hijo. Te he cortejado y te he convencido, y a través de mi
Espíritu te traje a Él. ¡Yo no puedo odiar a mi propio cuerpo!"
DAVID WILKERSON
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