Cuando recién llegamos a la fe en Cristo, confiamos en que nuestros pecados
fueron perdonados. Creímos que fuimos aceptados, que podíamos dejar toda
culpa y miedo y decir: "Soy salvo por la fe en lo que Jesús hizo por mí en la
cruz."
Luego, a medida que avanzábamos en nuestro caminar con Jesús, cometimos
nuevos actos de desobediencia, fuimos aplastados por nuestros pecados y
rápidamente perdimos la visión de la cruz. Tratamos de trabajar por nuestra
propia justicia para volver a ganar el favor de Dios, tratamos duro, pero la
vida se convirtió en una pesadilla, un circulo sin fin de pecado y confesión
- pecado y confesión.
A veces actuamos como si tratando duro por nuestra propia cuenta podríamos ser
salvos. Pensamos que si pudiéramos reformar la carne por nosotros mismos, Dios
se complacería. Pronto estamos trabajando constantemente en nuestro viejo
hombre, dándole forma para un caminar cristiano victorioso.
Algunos cristianos pueden decir: "He pagado un alto precio por la victoria que
he conseguido. Pasé por mucho dolor y sufrimiento. Yo ayunaba, oraba, y con
éxito doblegué todas mis pasiones y deseos pecaminosos. ¿Todo mi esfuerzo
por obedecer no vale nada para Dios? ¿Considera Él todo mi justicia, todo mi
trabajo como trapos de inmundicia? "¡Sí! Es todo en la carne y nada de eso
permanecerá delante de Él. ¡Sólo hay una justicia y es la justicia de
Jesucristo!
"Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia,
no se han sujetado a la justicia de Dios" (Romanos 10:3).
La única manera de conseguir la buena gracia de Dios es admitir la verdad: "No
hay ninguna cosa buena en mi carne, nada hay en mis buenas obras para merecer mi
salvación. No puedo llegar a ser justo a través de ninguna cosa que haga en mi
propia fuerza. Mi justicia esta solamente en Cristo", dice Pablo del don de la
justicia: "…mucho más reinarán en vida por medio de un Hombre, Jesucristo,
los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia." (Romanos
5:17)
DAVID WILKERSON
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