jueves, 2 de febrero de 2012

LA HERENCIA

Pablo nos da una lista de aquellos que no heredarán el Reino de Dios:

"Ni los fornicarios, ni los idólatras, no los adúlteros, ni los afeminados,
ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los
maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios" (1 Corintios
6:9-10).

Pero luego, el apóstol añade: "Y esto erais algunos de vosotros, pero ya
habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido
justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro
Dios." (Versículo 11).

¿Cómo estas personas que fueron salvadas de tan horribles pecados llegaron a
ser justas delante de Dios? ¿Qué hicieron para no ser más malvados sino más
bien, aceptados por Dios?

En primer lugar, Dios no hace acepción de personas; no es en absoluto
impresionado por el título de una persona o sus honores en la tierra, ya sea
un rey, una reina, un presidente o un primer ministro. Y en segundo lugar, Dios
no es cautivado por ninguna bondad en nosotros: Largas oraciones, el ayuno, el
diezmo, los estudios bíblicos, las buenas obras, nada de eso nos hace justos o
aceptable delante de Dios. Incluso nuestra "bondad" en la carne: buen carácter,
palabras, pensamientos y actos son un hedor a Su nariz si se utiliza como un
alegato en favor de nuestra propia justicia.

Cuando Jesús fue a la cruz, Él crucificó nuestro "hombre viejo" de la carne.
Sólo queda un hombre, uno sólo con quien Dios quiere tratar: su Hijo. Cuando
Jesús terminó su obra en la tierra y se sentó a la diestra del Padre, Dios
dijo: "A partir de ahora solo reconozco un hombre, el único hombre justo.
Cualquier persona que viene a mí, debe venir a través de Él: a través de Mi
Hijo. Todos los que quieran ser justos deben aceptar su justicia, ¡y ninguna
otra!"

Somos aceptados en los ojos de Dios por la fe en Cristo y su obra: "nos hizo
aceptos en el Amado" (Efesios 1:6).

¿Puede ver ahora lo importante que es permanecer en Jesús y venir a Él
rápidamente cada vez que falla? Tiene que aprender a correr hacia Él,
clamando, "¡Jesús, te he fallado! no puedo resolver esto. No importa lo que
haga, nunca podré ser reconocido ante el Padre ¡a menos que vaya hacia Él en
ti!"
DAVID WILKERSON


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