lunes, 25 de julio de 2011

LA PAZ Y EL ESPIRITU SANTO

¿A quiénes les concede Jesús su paz? Usted pensará: “Yo no soy digno de
vivir en la paz de Cristo, tengo demasiadas luchas en mi vida, mi fe es tan
débil.”

Haríamos bien en considerar a aquellos primeros hombres que recibieron la paz
de Jesús. Ninguno de ellos era digno y ninguno tenía el derecho de recibirla.

Piense en Pedro. Jesús estaba a punto de conceder su paz a un ministro del
evangelio que pronto iba a estar maldiciendo. Pedro era celoso en su amor por
Cristo, pero también lo iba a negar.

Luego tenemos a Santiago y a su hermano Juan, hombres con un espíritu
competitivo, siempre buscando el reconocimiento. Pidieron sentarse a la derecha
e izquierda de Jesús, cuando ascendiera a su trono en gloria.

Los otros discípulos no eran más justos. Se enfurecieron contra Santiago y
Juan, cuando éstos trataron de sobresalir. Luego está Tomás, un hombre de
Dios que se había rendido a la duda. Tanta fe les hacía falta a todos los
discípulos, que Jesús se asombraba y preocupaba. Es más, en la hora más
crítica de Cristo, todos lo abandonaron y huyeron. Aun después de la
Resurrección, cuando la frase “¡Jesús ha resucitado!”se esparció por
doquier, los discípulos fueron tardos para creer.

Pero aun hay más. También eran hombres confundidos. No entendían los caminos
del Señor. Sus parábolas los confundían. Después de la Crucifixión
perdieron todo sentido de unidad, dispersándose en todas las direcciones.

¡Qué cuadro! Estos hombres estaban llenos de temores, incredulidad,
división, lamento, confusión, competencia, orgullo. Sin embargo, fue a estos
mismos siervos afligidos que Jesús dijo: “Les voy a dar mi paz”.

Los discípulos no fueron escogidos por ser buenos o justos; eso está claro.
Tampoco era porque tenían talento o habilidades. Eran pescadores y obreros,
mansos y humildes. Cristo llamó y eligió a los discípulos porque vio algo en
sus corazones. A medida que miraba en ellos, sabía que cada uno se sometería
al Espíritu Santo.

En este punto, todo lo que tenían los discípulos era una promesa de paz por
parte de Cristo. La plenitud de dicha paz les sería dada en el Pentecostés.
Ahí es cuando el Espíritu Santo vendría y moraría en ellos. La paz de
Cristo que recibimos, proviene del Espíritu Santo. Esta paz viene a nosotros a
medida que el Espíritu nos revela a Cristo. Cuanto más anhelemos de Jesús, el
Espíritu nos mostrará más de Él, y tendremos más de la paz de Cristo.

DAVID WILKERSON

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