martes, 5 de julio de 2011

EL PELIGRO MÁS GRANDE

El peligro más grande que todos enfrentamos es no poder ver a Jesús en
nuestros problemas – en lugar de verlo, vemos fantasmas. En ese momento
crítico de miedo, cuando la noche es más negra y la tormenta es más
violenta, Jesús siempre se acerca a nosotros, para revelarse como el Señor
del diluvio, el Salvador en las tormentas. “Jehová preside en el diluvio y
se sienta Jehová como rey para siempre” (Salmo 29:10).

En Mateo 14, Jesús ordenó a sus discípulos subirse a una barca que
encararía una tormenta. La Biblia dice que él hizo a sus discípulos entrar a
la barca. Dicha barca sería víctima de aguas agitadas y zarandeada como un
corcho. ¿Dónde estaría Jesús? Él estaría arriba en las montañas, con su
vista en el mar y orando para que ellos no fallaran la prueba que él sabía
que tenían que atravesar.

Usted pensaría que por lo menos uno de los discípulos hubiera reconocido lo
que estaba sucediendo y hubiese dicho, “Miren amigos, Jesús dijo que él
nunca nos dejaría ni nos abandonaría. Él nos envió en esta misión; estamos
en el centro de su voluntad. Él dijo que él es el que ordena los pasos del
hombre justo. Miren otra vez. ¡Es nuestro Señor! ¡Él está ahí! Nunca
estuvimos fuera de su mirada.”

Pero ningún discípulo lo reconoció. Ellos no esperaban que él estuviese en
su tormenta. Nunca ellos esperaron que él estuviese con ellos, o aun cerca de
ellos, en una tormenta. Pero él llegó caminando sobre las aguas.

Sólo había una lección que aprender, sólo una. Era una lección simple, no
una que fuese profunda, mística, o que fuese como un terremoto. Jesús
simplemente quería que confiaran en que él era su Señor en medio de cada
tormenta que atravesaran en sus vidas. Él simplemente quería que ellos
mantuviesen su gozo y confianza aún en las horas más oscuras de sus pruebas.
Eso era todo.


David Wilkerson

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