miércoles, 30 de octubre de 2013
LA PROMESA DEL PADRE
Los capítulos 1 al 6 del libro de Hechos describen una de las más gloriosas
obras de Dios en la historia. Es una secuencia increíble de eventos llenos de
acción: poderosa predicación, conversiones masivas, sanidades milagrosas.
Todo era el cumplimiento de una promesa divina anunciada por Jesús.
Antes de Su resurrección, Cristo instruyó a los discípulos a que esperaran
en Jerusalén para recibir la “promesa del Padre”. “He aquí, yo enviaré
la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de
Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto.” (Lucas
24:49)
Esa promesa comenzó su cumplimiento en el día de Pentecostés, la fiesta de
las “primicias” de Israel. El mundo estaba a punto de ver los primeros
frutos de la obra de Cristo en la cruz por nosotros.
Los discípulos no podían haber imaginado lo que Dios tenía en mente para
ellos. Probablemente pensaron, “¡Excelente! Esta promesa significa que Dios
está a punto de restaurar a Israel. Él nos liberará de los grilletes de la
esclavitud romana por siempre y seremos su pueblo de nuevo.”
Hoy día creo que quizás la Iglesia tendría una reacción similar si
escuchamos la misma promesa de Jesús. Podríamos pensar: “Cuando venga la
promesa de Dios, nuestras iglesias se llenarán a reventar. El Espíritu Santo
se moverá en otras ciudades y la gente viajará de todas partes sólo para
experimentarlo. ¡Seremos bendecidos como nunca antes!”
Debemos desear que el Espíritu Santo llene nuestros santuarios, para llevar
alegría y consuelo al pueblo de Dios. Pero cuando llegue la gloria de Dios, no
será solamente para nuestro beneficio. Jesús no dijo: "Cuando recibáis poder
de lo alto, me seréis feligreses, estudiantes de la Biblia, asistentes a las
reuniones de oración.” Él dijo: “Me seréis testigos hasta lo último de
la tierra.”
El poder de Dios está destinado a ir más allá de los muros de la iglesia
hasta alcanzar los lugares más lejanos del mundo. Eso es lo que vemos
desarrollarse en el libro de los Hechos. Cuando Pedro se levantó para predicar
a la multitud que se había reunido, tres mil fueron salvos. Más tarde, cuando
Pedro y Juan testificaban por todo Jerusalén, los seguían señales y
prodigios en liberaciones y sanidades milagrosas.
¡Pero eso fue sólo el principio! Si la obra del Espíritu se hubiese detenido
en Hechos 6, todo el poder de Dios habría permanecido en manos de los doce
apóstoles. En vez de eso, un cambio tectónico tuvo lugar. Dios dijo: “Mi
Espíritu ya no se moverá a través de sólo unos pocos escogidos. Voy a darle
poder a cada hombre, mujer y niño que lo pida en Mi nombre”.
GARY WILKERSON
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario