viernes, 9 de agosto de 2013

UN VERDADERO SIERVO DE DIOS

Cuando el profeta Isaías anunció la venida de Cristo y Su reino, trazó cómo serían los verdaderos ministros de Cristo. Al hacerlo, definió nuestro ministerio en estos postreros días, al decir, en esencia: “Quiero que conozcas las señales del verdadero pueblo de Dios, aquéllos que estarán ministrando ¡justo antes de que el Príncipe de Paz regrese a reinar!” Isaías comienza con estas palabras: “He aquí que para justicia reinará un rey” (Isaías 32:1). Luego, el profeta añade: “Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa” (versículo 2). Para mí, es claro que Isaías está refiriéndose a Cristo. Y continúa diciéndonos que un verdadero siervo de Dios va a predicar la suficiencia de Cristo. De hecho, este creyente se encierra con Jesús, confiando en que su Señor hará de su alma, un jardín bien regado. Él vive con gran confianza, su espíritu reposa y está lleno de paz. Este verdadero siervo de Dios no tiene una tempestad efervescente en su alma a causa del pecado. Por el contrario. Él confía plenamente en el Espíritu Santo para hacer morir sus pecados y hacer su espíritu libre como un ave. Él no tiene temores ni preocupaciones, porque todo está claro entre él y su Señor. Hay un cántico en su corazón, ¡porque Cristo es su deleite! Más allá, este siervo sabe que nadie puede herirlo porque está asido de la seguridad y comodidad de la promesa de que Dios defiende a los justos. Ningún arma forjada contra él puede prosperar porque Dios mismo se levanta contra toda lengua que viene contra él. Dios es su defensa una tierra de abatimiento. Isaías destaca dos características que distinguen al siervo justo. Primero, tiene discernimiento y, segundo, conoce claramente la voz de Dios: “No se ofuscarán entonces los ojos de los que ven, y los oídos de los oyentes oirán atentos” (Isaías 32:3). Vemos un ejemplo en el primer encuentro que tuvo Jesús con Natanael. Cuando Él vio a Natanael venir a Él, clamó: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Juan 1:47). En otras palabras, “¡Miren, hermanos! Acá viene un hombre que no es hipócrita. No hay engaño en él, no hay inmoralidad. ¡Él es una vasija limpia!”. DAVID WILKERSON

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