martes, 27 de agosto de 2013
PAGA CON ALABANZAS
Dios nunca se queja por el poder de Sus enemigos, sino más bien por la
impaciencia de Su propio pueblo. Dios quiere que confiemos en Su amor, porque
el amor es el principio desde el cual Él siempre obra y del cual Él jamás se
desvía. Cuando Él frunce el ceño, reprende con Sus labios o golpea con Su
mano, aun en todo esto, Su corazón arde de amor y todos sus pensamientos para
con nosotros son de paz y bondad.
Toda hipocresía radica en la desconfianza y el alma que no puede confiar en
Dios, a la larga no podrá serle fiel. Una vez que empezamos a cuestionar Su
fidelidad, comenzamos a vivir por nuestros propios medios, cuidándonos a
nosotros mismos. Al igual que los hijos descarriados de Israel, decimos:
“Levántate, haznos dioses…porque a este Moisés…no sabemos qué le haya
acontecido” (Éxodo 32:1).
¿Cómo puede ser preservado el amor a Dios en un corazón que se queja? La
Palabra lo llama: “contender con Dios”. Sólo un necio se atreve a hallar
una falta en Él. Él retará a dicha persona a poner su mano sobre su boca o
de lo contrario ser consumido por la amargura.
El Espíritu Santo gime dentro de nosotros con gemidos indecibles, con ese
lenguaje del cielo que ora conforme a la perfecta voluntad de Dios. Pero la
queja carnal que proviene del corazón del creyente desencantado es veneno. La
murmuración impidió a toda una nación entrar a la Tierra Prometida, y hoy,
está impidiendo que multitudes reciban las bendiciones del Señor. Gime, si es
necesario, pero Dios no permita que murmures.
Las promesas de Dios, que Él dice que nos sostendrán, son como el hielo en un
lago congelado. El creyente se aventura con confianza, pero el inconverso, con
temor de que éste se quiebre debajo de él y lo deje sin saber qué hacer.
Si Dios se está retrasando, simplemente significa que tu solicitud está
ganando intereses en Su Banco de bendiciones. Los santos de Dios estaban tan
seguros de Su fidelidad a Sus promesas, que se gozaban incluso antes de ver
cualquier conclusión. Iban con gozo, como si ya lo hubieran recibido. ¡Dios
quiere que nosotros paguemos en alabanzas antes de recibir las promesas!
El Espíritu Santo nos ayuda en la oración, y, ¿no es Él bienvenido en el
trono? ¿Negaría el Padre al Espíritu? ¡Nunca! Ese gemido en tu alma no es
menos que Dios mismo y Dios no va a negarse a sí mismo.
DAVID WILKERSON
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