martes, 13 de agosto de 2013

“No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová” (Zacarías 4:6).

El Señor envió a dos hombres en una misión para reconstruir el templo caído en Jerusalén. Zorobabel y el sumo sacerdote Josué, fueron líderes piadosos que obedecieron al Señor y llevaron a cabo su trabajo con celo y fidelidad. Al principio tuvieron que trabajar contra una fuerte oposición. Grupos de judíos idólatras y apartados de Dios junto con samaritanos celosos, se opusieron a la obra, tratando todo lo posible para evitarlo. Por último, estos grupos lograron que Ciro se pronuncie en contra de la misión de los dos hombres. Después de eso, Zorobabel y Josué se cansaron de la lucha, de la oposición, de ser calumniados y falsamente juzgados. Así que durante los siguientes dieciséis años, la obra de Dios se detuvo. Pero Zorobabel y Josué nunca recibieron un mandato de Dios para retirarse. La Biblia no registra ningún edicto de Ciro en el que les haya revocado su permiso de construir. Así que su trabajo no debería haber perdido el ritmo. El hecho es que Dios todavía tenía todo el poder necesario para ayudarlos a salir adelante. En tales tiempos, Satanás siempre aparece ofreciendo una teología pervertida para apoyar el estilo de vida de aquél que cede a sus principios. La doctrina en este caso era: “Todavía no es el tiempo de Dios. La palabra de Ciro lo ha dejado claro. El Señor nos hará saber, cuando sea el momento adecuado para construir. Mientras tanto, vamos a construir nuestras fincas. ¡Necesitamos disfrutar de nuestra religión!” En pocas palabras, el pueblo de Israel, incluyendo estos dos hombres piadosos, era culpable de incredulidad descarada. Perdieron toda su confianza en que Dios los dirigiría y los apoyaría. Veo al mismo espíritu de incredulidad operando hoy. Predicadores me han dicho sin rodeos: “Estoy contando los días hasta que me jubile. ¡Me harté de la gente! No quiero tener que aguantar sus cosas ya. Tan pronto como salga mi fecha de jubilación, me largo de aquí”. ¡No! Que ésta nunca sea la actitud de un verdadero siervo de Dios. El Espíritu Santo es un Espíritu vivificante y si tú estás viviendo y ministrando en el Espíritu, cuanto mayor seas y cuanto más ministres, más fuerte te pondrás a través de todo ello. ¡La obra de Dios debe ponerse más emocionante con los años! DAVID WILKERSON

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