lunes, 1 de octubre de 2012

VUELVE A BET-EL

Dios vino a Jacob en un sueño y le dijo “Vuélvete a Bet-el, el lugar donde
te conocí y construye un altar allí, como prometiste que lo harías” (vea
Génesis 28:10-22 y 31.13).

Jacob había oído una palabra clara de Dios, y actuó en completa obediencia a
esa palabra. Él sabía que Dios lo guardaría, estaría con él y cumpliría Su
plan. Sin embargo, Jacob enfrentó un peligro que lo llevó al borde de la
destrucción.

Él iba a volver a enfrentarse a su hermano Esaú, y a su padre Isaac, a
quienes había engañado. En un momento, llegó un mensajero a Jacob,
advirtiéndole: “Esaú viene hacia aquí con un ejército de 400 hombres.
¡Él está tratando de hacerte daño!”

La escritura dice que “Entonces Jacob tuvo gran temor…” (Génesis 32.7).
Rápidamente dividió su pueblo en dos grupos, pensando: “Si Esaú mata un
grupo, al menos el otro puede escapar”. Sin embargo, incluso en la
experiencia más terrible de su vida, vemos pruebas del corazón contrito y
destrozado de Jacob:

“Y dijo Jacob: Dios de mi padre Abraham, y Dios de mi padre Isaac, Jehová,
que me dijiste: Vuélvete a tu tierra y a tu parentela, y yo te haré bien;
menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para
con tu siervo; pues con mi cayado pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos
campamentos.”

“Líbrame ahora de la mano de mi hermano, de la mano de Esaú, porque le
temo; no venga acaso y me hiera la madre con los hijos. Y tú has dicho: Yo te
haré bien, y tu descendencia será como la arena del mar, que no se puede
contar por la multitud.”(Génesis 32:9-12)

Jacob se estaba sujetando al Pacto que Dios había hecho con él. Estaba
diciendo en esencia: “Señor, Tú me hiciste una promesa. Sé que no soy
digno de ella, pero Tú dijiste que irías conmigo. Pero ahora estoy a punto de
perderlo todo. No estoy atribuyéndome ninguna bondad de mi parte, pero te amo y
te estoy obedeciendo, así que, ¿Dónde está tu pacto Dios?

Al final de su vida, Jacob, un hombre con un corazón contrito pudo mirar hacia
atrás y decir “cuando mi hermano Esaú me amenazó, parecía que mi vida
había terminado pero Dios me saco de ahí. ¡Mi Señor estaba allí todo el
tiempo!
DAVID WILKERSON 

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