martes, 2 de octubre de 2012

¿DÓNDE ESTÁS, OH DIOS?

Una noche Jacob se quedó a campo abierto y tuvo una lucha con el Señor:
“Dios, ¿Cómo terminé en este lío? Me hiciste grandes promesas. Me dijiste
que me guiarías, me guardarías, que cumplirías tus planes en mi. ¿Cómo
podría algo de esto ser tu guía? ¿Acaso esto es caminar en el pacto? Señor,
simplemente no tengo futuro (vea Génesis 32:24-26).

Ahora, tu puedes razonar: “Quizás Jacob no buscó a Dios acerca de algunas
decisiones que él tomó. Quizás actuó en la carne”. Bien, quizás lo haya
hecho, pero eso no viene al caso. Dios podría haber intervenido a favor de
Jacob en cualquier momento, pero no lo hizo.

El hecho es que, nosotros podemos tener un espíritu contrito y todavía tener
problemas. Tú y tu esposa pueden estar pasando una prueba espantosa. Has
orado: “Señor, no entiendo, sé que mi corazón es recto, y estoy caminando
contigo, entonces, ¿Por qué estas permitiendo esta horrible prueba?”

La mayoría de nosotros piensa, tal como hizo Jacob, que cristianos contritos y
de oración  no deberían tener que soportar grandes penas. No deberíamos tener
que enfrentar tiempos horribles ni condiciones terribles en las cuales nuestro
mismísimo futuro se ve amenazado. Sin embargo, la realidad es que cristianos
humildes, arrepentidos, y que oran aun sufren grandes peligros y penas.

En ninguna parte en la Biblia Dios nos promete impedir que tengamos problemas.
Nunca promete un viaje sin dificultades en nuestro trabajo o carrera, ni
tampoco nos promete estar exentos de la aflicción. De hecho, Él dice:
“Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará
Jehová” (Salmos 34:19). Este verso no dice que Dios nos excluirá de las
aflicciones, sino que nos librará de ellas.

Pablo habla del conocimiento de la altura y la profundidad del amor de Dios por
él. Sin embargo Dios no evitó que la barca de Pablo se hundiera. De hecho,
permitió que el apóstol fuera apedreado, golpeado y deshonrado. Pablo dice
que fue expuesto a peligros en mar y tierra, de parte de ladrones y de sus
propios compatriotas.

En ocasiones podemos llorar, preguntándonos: ¿Dónde estás, oh Dios? ¿Por
qué no me has sacado de esto? Pero a pesar de que el Señor permite que
pasemos por cosas que prueban nuestras almas, de una u otra manera nos libra de
todas ellas, tal como lo hizo con Jacob y con Pablo.


DAVID WILKERSON




 

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