jueves, 12 de abril de 2012
ARREPENTIMIENTO NO ES SOLAMENTE PARA PECADORES
Entre más camino con Jesús más me convenzo de que el arrepentimiento no es
solamente para pecadores sino también para los creyentes. No es simplemente
una cosa que se realiza una sola vez, sino algo al que el pueblo de Dios es
llamado a practicar hasta que Jesús regrese.
Cada cristiano que mantiene una actitud de arrepentimiento trae a su vida una
atención especial de parte de Dios. Incluso, el arrepentimiento abre algo que
nada más puede hacer. Si nosotros caminamos frente al Señor con un corazón
arrepentido, ¡seremos inundados de increíbles bendiciones!
Un corazón arrepentido es suave, tierno, flexible, es fácilmente moldeable
por el Espíritu Santo. Este responde a y actúa ante la corrección divina.
La característica número uno de un corazón arrepentido es el estar listo
para reconocer la culpa. Es el desear aceptar el haber hecho algo mal, y decir,
“Yo soy, Señor. ¡Yo he pecado!”
Si no se admite que se ha pecado, entonces no puede haber arrepentimiento:
“La tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de
lo cual no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.”
(2 Corintios 7:10) Si usted no está dispuesto a reconocer que ha hecho algo
mal, entonces usted está afirmando que no necesita arrepentimiento.
Antes de que Pilato entregará a Jesús en manos de los sacerdotes y ancianos
asesinos, él quería que el mundo supiera que no era su culpa. Él pidió una
vasija con agua, sumergió sus manos en ella y se declaró a sí mismo inocente
de la sangre de Cristo ante esta multitud iracunda:
“Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó
agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: —Inocente soy yo de
la sangre de este justo. Allá vosotros.
(Mateo 27:24).
Aquí la frase “Allá vosotros” significa, “Asegúrense de saber que mis
manos están limpias. Yo no he hecho nada malo y estoy limpio de culpa.”
Por supuesto que las manos de Pilato no estaban limpias. Él estaba a punto de
entregar al Hijo de Dios a asesinos. Este tipo de pensamiento impide cualquier
posibilidad de arrepentimiento. Si algún profeta se le hubiera acercado a
Pilato al día siguiente predicando, “¡Arrepiéntete o perece!” el
gobernante se hubiera aterrorizado. “¿Quién, yo?,” él hubiera
preguntado. “Yo no he hecho nada malo. ¿Cómo puedo arrepentirme si no he
pecado?”
Juan escribe: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros
mismos y la verdad no está en nosotros... Si decimos que no hemos pecado, lo
hacemos a él mentiroso y su palabra no está en nosotros. (1 Juan 1:8, 10).
DAVID WILKERSON
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