jueves, 14 de marzo de 2013

LA MISERICORDIA DEL SEÑOR

“Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y
seducido”. (Santiago 1:14). Todos somos tentados por nuestros deseos, cada
uno de nosotros. ¡Sin excepción!

Santiago luego agrega: "Entonces la concupiscencia, después que ha concebido,
da a luz el pecado" (Santiago 1:15). Él está hablando aquí del proceso del
nacimiento. En cada uno de nuestros corazones hay una matriz de concupiscencia
y cada pecado que cometemos nace de esa matriz. Así como no hay dos bebés
iguales, no hay dos pecados iguales. Cada persona produce su propio tipo de
pecado. A través de los años, muchos cristianos se acostumbran a su pecado
secreto y, como Lot, se ciegan al pecado y lo comienzan a tomar con liviandad.

Pienso en muchos ejemplos de ese tipo dentro del cuerpo de Cristo. Le guiñamos
el ojo al pecado de buscar la alabanza de los demás o a la codicia por una
posición. Le guiñamos el ojo al pecado de enorgullecernos de nuestras raíces
espirituales, nuestro conocimiento bíblico, o nuestra vida de oración
consistente. Puede que nos veamos a nosotros mismos como humildes, amables y
dispuestos a ser enseñados, pero no lo somos.

Dios no toma ninguno de nuestros pecados a la ligera y esto lo aprendí de la
manera difícil. Hoy en día, cuando miro hacia atrás los casi cincuenta años
de ministerio, me avergüenzo por esas veces en que fui engañado por el pecado
de orgullo.

Recuerdo haber sido el predicador destacado en una conferencia de ministros en
particular. Yo pensaba: “El Señor me ha bendecido con una revelación tan
grande que no estoy impresionado con ninguna de las personas de renombre aquí.
Dios me apartó desde el nacimiento como un predicador ungido”.



No mucho tiempo después, terminé bajo la luz examinadora del Espíritu Santo
que alumbró directamente sobre mi orgullo. Si yo no me hubiera aferrado a la
exhortación de Pablo de dejar las cosas pasadas atrás, habría caído en la
desesperación. Pero Dios me mostró misericordia y estoy agradecido por su
gracia y paciencia hacia mí, entonces y ahora.



Hoy en día, el clamor de mi corazón es: “Señor, yo sé que no soy el
ministro humilde y modesto que siempre he pensado que soy. He sido arrogante,
seguro de sí mismo, determinado. ¡Ahora me doy cuenta de que toda unción que
tenga es a causa de tu misericordia!"

DAVID WILKERSON

No hay comentarios: