Pablo utiliza a Israel como un ejemplo para enseñar lo que es la verdadera
justicia. “Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a
Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen
celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios,
y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de
Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que
cree.” (Romanos 10:1-4).
El texto de Pablo nos desafía con varias preguntas. ¿Ser justificado nos hace
justos? Sí, en el sentido de que la justificación nos posiciona como justos.
¿Ser santificados nos hace justos? Sí, en el sentido de que la santificación
es el proceso de experimentar la justicia de Cristo obrando en nuestras vidas
diariamente. Jesús es nuestra fuente para la justificación y santificación,
logramos ambas a través de Su don de gracia.
La mayoría de los cristianos dicen de la boca para afuera: “Jesús es mi
fuente de todo”, pero, ¿Su caminar en realidad lo refleja? La triste
realidad es que muchos cristianos viven como si solamente la justificación
viniera de Dios, y como si la santificación se lograra a través de su
desempeño diario. Es como si dijeran: “He alcanzado la gracia mediante la fe
en Jesús. Ahora tengo que llevar a cabo una implacable campaña personal para
ser santificado.”
En cierto sentido, están diciendo a Dios que quieren pagarle por el gran
regalo que Él les dio: “Gracias por justificarme, Señor. Me has puesto en
la posición correcta contigo a través de la cruz y, a cambio, voy a ser
santificado al obedecerte. Tú haces la primera parte de la obra y yo voy a
hacer la segunda parte.”
Esta mentalidad lleva directamente a una vida de esclavitud. Cuántas veces has
visto una marquesina de una iglesia que dice: “CRISTO MURIO POR TI...¿QUÉ
HAS HECHO POR ÉL?”. Esto ha penetrado a través de la iglesia.
Jesús fue crucificado, sepultado y resucitó al tercer día para que
pudiéramos tener vida eterna. ¿Qué podríamos hacer a cambio de eso?
¿Diezmar? ¿Ir a reuniones de oración? ¿Evangelizar más? Eso es más o
menos lo que Israel trató de hacer. Ellos “iban tras una ley de justicia”
(Romanos 9:31). Ellos trataron de involucrar su voluntad para alcanzar
justicia, pero nunca pudieron lograrlo.
Este versículo ha dado libertad a todas las generaciones de creyentes:
“Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”
(10:4). Cristo es el fin. ¡No hay nada más! “Así que no depende del que
quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia.” (Romanos
9:16).
GARY WILKERSON
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