martes, 26 de junio de 2012

NUESTRO SUMO SACERDOTE


En el Antiguo Testamento se habla que una vez al año el sumo sacerdote entraba
al Lugar Santísimo para hacer expiación, que significa “reconciliación.”
Este acto se refiere a limpiar todos los pecados del pueblo para poder ser
reconciliados y tener comunión nuevamente con el Padre celestial.

El sacerdote entraba al Lugar Santísimo con incienso, con un monto de carbones
encendidos provenientes del altar, y un contenedor con sangre de un buey
crucificado. Dentro del Lugar Santísimo había un arca que contaba con un
propiciatorio en su parte superior, sitio donde Dios “habitaba” - era Su
misma presencia.

Después de purificarse a sí mismo en una elaborada ceremonia, el sacerdote
entraba al Lugar Santísimo con gran reverencia y temor. Este arrojaba el
incienso en el fuego causando un aroma y humo que ascendían. Lo anterior
representaba las oraciones de Cristo intercediendo por Su pueblo.
Posteriormente, el sacerdote sumergía su dedo en la sangre y la rociaba siete
veces sobre el propiciatorio.

“Tomará luego de la sangre del becerro y la rociará con su dedo en el lado
oriental del propiciatorio, y delante del propiciatorio esparcirá con su dedo
siete veces de aquella sangre.” (Levítico 16:14).

Cuando la sangre era rociada en el propiciatorio,e l perdón de todos los
pecados era culminado y todos los pecados pasados eran cubiertos. Cuando el
sumo sacerdote salía del Lugar Santísimo, el pueblo sabía que Dios había
aceptado el sacrificio y que sus pecados habían sido perdonados. ¡Israel
nunca dudó!

Amado, nosotros también tenemos por la eternidad a un Sumo Sacerdote - Jesús,
nuestro Señor, nuestro Sumo Sacerdote. Jesús llevó su propia sangre al
propiciatorio - a la presencia de Dios, al Lugar Santísimo - y la presentó
para la remisión de todos los pecados, de todos los creyentes, por la
eternidad.

Las Escrituras dicen: “y no por sangre de machos cabríos ni de becerros,
sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar santísimo,
habiendo obtenido eterna redención.” (Hebreos 9:12).

Jesús llevó su propia sangre al cielo por nosotros y ésta no es guardada
como monumento conmemorativo. Su sangre es para ser rociada sobre todo aquél
que viene a Él en fe.

DAVID WILKERSON

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