“El que cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mismo; el que no
cree a Dios, lo ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que
Dios ha dado acerca de su Hijo.” (1 Juan 5:10).
Considere todos los terribles pecados de Israel cometidos en el desierto,
murmuraciones, reclamos, idolatría, ingratitud, rebelión, sensualidad. Sin
embargo ninguno de ellos provocó la ira de Dios. ¡Fue su incredulidad la que
enojó a Dios! “Y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo me ha de irritar
este pueblo? ¿Hasta cuándo no me creerán, con todas las señales que he
hecho en medio de ellos?” (Números 14:11).
Dios le dijo a Moisés, “Este pueblo crea mentiras después de todo lo que he
hecho por ellos! He realizado milagros tras milagros, los he librado vez tras
vez. ¿Cuándo finalmente confiarán y descansarán en mí?”
Deténgase por un momento y medite en todas las cosas que Dios ha hecho por
usted: Él lo ha guardado, ha contestado oración tras oración. Él lo ha
acompañado en todas sus crisis. Él lo ha sacado de todas sus pruebas, lo ha
alimentado con maná del cielo, ha hecho por usted cosas que van más allá de
milagros.
Durante 38 largos años, Israel olvidó la Palabra de Dios y sus milagros. Y
debido a que cayeron en murmuraciones e incredulidad, Dios exclamó, “...los
heriré de mortandad y los destruiré...” (v. 12). Él le dijo a Moisés,
“¡Me rindo con mi pueblo porque éste nunca llegará a confiar en mi!”
Cuando Israel se encontraba en el lado victorioso del Jordán, Moisés hizo una
declaración solemne: “Mira, Jehová, tu Dios, te ha entregado la tierra: sube
y toma posesión de ella, como Jehová, el Dios de tus padres, te ha dicho. No
temas ni desmayes...No temáis ni tengáis miedo de ellos. Jehová, vuestro
Dios, el cual va delante de vosotros, peleará por vosotros....Pero ni aun así
creísteis a Jehová, vuestro Dios...Cuando Jehová oyó la voz de vuestras
palabras, se enojó e hizo este juramento: "Ni un solo hombre de esta mala
generación verá la buena tierra que juré que había de dar a vuestros
padres..." (Deuteronomio 1:21, 29-30,32, 34-35).
Dios magnifica Su Palabra por encima de Su nombre. Él ejecuta cada palabra que
pronuncia, y todas las cosas que le dijo a Irael son las mismas cosas que nos
dice a nosotros. Yo te pregunto: ¿acaso no incurriremos en Su ira si actuamos
con incredulidad?
Leemos Su Palabra y escuchamos todas Sus promesas desde el púlpito pero
después nos paramos en un rincón y nos preocupammos porque no los vemos
actuar inmediatamente como quisiéramos. Cuando no permitimos que su Palabra se
ancle a nuestras almas, cuando escuchamos sus preciadas promesas y después
actuamos como si hubiéramos sido abandonados, ¡exponemos a Dios como
mentiroso!
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