“Pero si el siervo dice: Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos; no
quiero salir libre” (Éxodo 21:5). Para este siervo no hay dilema, no hay
qué elegir. Su decisión nunca estuvo en duda. Su amo era su mundo. El siervo
estaba atado a él con cadenas eternas de amor. A él no le sería posible
dejar a su amo o su casa.
La vida del siervo giraba entorno al amor que sentía por su amo, y al igual
que Pablo, él consideraba todo lo demás como “estiércol” con tal de
ganar a su amo. Él era la clase de persona dispuesta a ser despreciada con tal
de que otros pudieran llegar a conocer el amor de su Señor.
Este siervo valoraba la intimidad con su amo sobre cualquier otra bendición
terrenal. ¿A quién le podría importar los rebaños, los sembradíos, o el
vino y el aceite, cuando se puede tener una comunión e intimidad sin fin con
el amo? Su corazón rebozaba de cariño por su amo y él lo dijo claramente:
“Yo amo a mi señor, no quiero ser libre.”
Lo que este siervo nos está diciendo es simplemente esto: ¡Cristo es
suficiente! Nada en este mundo tiene el valor suficiente como para perder el
sentir de su presencia. Toda la riqueza y prosperidad de toda la tierra no se
puede comparar a tener un día con él. Los placeres que están a su diestra
exceden inmensamente cualquier éxtasis conocido por los hombres. Conocerlo a
él, estar donde él está, sentarse juntos en los lugares celestiales, es más
que la misma vida. Servirlo, ser guiado por él, ir y venir de acuerdo a su
mandato, es vivir la vida en su plano más alto.
¿Me recordaría usted que es un hijo y no un siervo? Entonces yo asimismo le
recordaría gentilmente que Jesús era un Hijo, el cual “siendo en forma de
Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se
despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los
hombres” (Filipenses 2:6-7). Él pudo haber venido como poderoso Príncipe
del Altísimo, arrasando a todo enemigo, sin embargo, Cristo eligió venir como
siervo, totalmente comprometido con los negocios de su Padre.
Este siervo dedicado del cual leemos en Éxodo, creía tener una sola misión
en su vida, y ésta era la de servir a su amo. Él no estaba buscando la
herencia, aunque está escrito, “El siervo prudente se impondrá al hijo
indigno, y con los hermanos compartirá la herencia” (Proverbios 17:2). El
amor que tenía le hacía obedecer con facilidad desde la mañana hasta la
noche, cada momento que estaba despierto, él vivía en servidumbre voluntaria
a su amo. Él era impulsado sólo por el amor – no por culpabilidad, ni por
sentido de obligación. No es de asombrarse que Jesús podía decir, “Si me
amas, me obedecerás.”
DAVID WILKERSON
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