Los caminos de Dios parecen ser paradojas para la mente humana. Él dice,
“Para tener vida, debes de morir. Para encontrar tu vida, debes perderla.
Para ser fuerte, primero debes ser débil.”
De todas las paradojas, una de las más grandes es ésta: “Para ser
verdaderamente libre, debe de ser atado”. Para alcanzar la más alta libertad
en Dios, uno debe de rescindir de todos sus derechos y convertirse en un siervo
del Señor Jesucristo para toda la vida. Hay una gloriosa esclavitud de amor
que lleva hacia la forma más alta de libertad y liberación. Es un
sometimiento voluntario que nace del amor y del cariño que a su vez causa que
uno considere la servidumbre superior a ser considerado hijo.
En un tiempo cuando el pueblo de Dios está obsesionado con reclamar sus
derechos y enfocado en las bendiciones del Señor y sus beneficios, nos sería
de gran provecho permitir que el Espíritu Santo abra nuestros ojos para ver un
lugar en Dios que esta mas allá de todo lo que hemos descubierto hasta ahora.
Está en el perfecto orden divino el recibir todas las cosas buenas que vienen
de la mano de Dios y ningún hijo del Señor debería sentirse culpable de
recibir las bendiciones y beneficios derramados sobre él.
Pero necesitamos ver que hay algo mejor que bendiciones y prosperidad, algo
mucho más gratificante que todos los otros múltiples beneficios que él nos
da diariamente.
Un siervo es alguien que ha entrado en un sacramento de servicio con su amo.
Esto esta hermosamente descrito en el siguiente pasaje de las Escrituras:
“Si compras un siervo hebreo, seis años servirá, pero al séptimo saldrá
libre, de balde. Si entró solo, solo saldrá; si tenía mujer, su mujer
saldrá con él. Si su amo le dio una mujer, y ella le dio hijos o hijas, la
mujer y sus hijos serán de su amo, y el saldrá solo.
Pero si el siervo dice: ‘Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos; no
quiero salir libre’, entonces su amo lo llevará ante los jueces, lo
arrimará a la puerta o al poste, y le horadará la oreja con lesna. Así será
su siervo para siempre” (Éxodo 21:2-6).
Este pasaje es mucho más que una representación de lo que establece Dios
respecto a los siervos y los amos. Aquí se expone claramente al Señor
Jesucristo como siervo.
Cristo es el amo en este pasaje y nosotros somos los siervos cuya libertad ha
sido comprada. La cruz es el sabático, el año de libertad para todos los
prisioneros, cautivos, siervos, y sirvientes, y nosotros que fuimos vendidos
bajo la Ley, ¡hemos sido puestos en libertad por la gracia!
Hemos sido liberados del pecado pero somos siervos para Cristo por la eternidad
y por decisión propia.
DAVID WILKERSON
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