martes, 22 de marzo de 2011

LA PODEROSA MANO DE DIOS

“Tu diestra, Jehová, ha magnificado su poder. Tu diestra, Jehová, ha
aplastado al enemigo” (Éxodo 15:6).

Aunque algunos cristianos saben que han sido perdonados y salvos, les falta el
contar con el poder para luchar contra la carne. No han llegado al conocimiento
de “una completa liberación” de su naturaleza pecaminosa. Cristianos, por
su sangre él nos hace salvos y con su poderosa mano rompe el poder del pecado
sobre nosotros. Ciertamente el pecado todavía mora en nosotros, ¡pero éste
no nos gobierna!

“Librados de la esclavitud por el poder de su mano.” ¡Qué palabra tan
alentadora ante estos tiempos de desilusión y de esfuerzo sobre-humano para
librarnos del poder del pecado! Sin embargo, aún somos tan reacios a reconocer
la obra de la mano de Dios. Va en contra de nuestro orgullo, -nuestro sentido de
justicia, nuestra teología- el aceptar la verdad de que nuestra liberación del
dominio del pecado viene de un poder que ajeno a nosotros. Observemos como
ejemplo a Israel: Israel salió armado, pero todas las batallas fueron del
Señor. “Jehová no salva con espada ni con lanza, porque de Jehová es la
batalla” (1 Samuel 17:47). Ha sido escrito en Éxodo que “…los hijos de
Israel habían salido con mano poderosa” (14:8). Y cantaron alabanzas a Dios
después de haber pasado a salvo por el Mar Rojo.

La sangre salvó a Israel del juicio divino, pero la mano poderosa de Dios los
libró del poder de la carne. Ellos habían experimentado seguridad y se
habían regocijado en ella. ¡Ahora ellos necesitaban poder! Poder para
deshacerse de una vez por todas del enemigo de antaño y poder para armarse en
contra de los nuevos enemigos que vendrían. Ese poder está en la mano
poderosa y sublime del Señor.

Nos han sido dadas preciosas y grandes promesas las cuales han sobrepasado a
aquellas que les fueron dadas a Israel. Dios ha prometido librarnos de toda
maldad y sentarnos en lugares celestiales en Cristo Jesús, libres del dominio
del pecado.

Sin embargo, primero debemos aprender a odiar el pecado – no hacer pactos ni
compromiso con él. Mime a su pecado, juegue con él, deje que permanezca,
rehúse demolerlo – y un día llegará a ser el objeto más doloroso en su
vida.

No ore pidiendo victoria sobre los pecados de la carne hasta que usted haya
cultivado un odio hacia ellos. Dios no tolera nuestras excusas ni nuestro
apaciguamiento. ¿Está usted esclavizado por un pecado secreto que le causa
angustia y agitación tanto física como espiritualmente? ¿Lo odia con
pasión? ¿Siente la ira santa de Dios en contra del pecado?
Mientras usted no lo haga, la victoria nunca vendrá.

DAVID WILKERSON

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