viernes, 16 de septiembre de 2011

OBEDECIENDO LA VOZ DEL SEÑOR

Si usted quiere dirección, si piensa que está listo para hacer lo que Él
pide, entonces déjeme preguntarle: ¿Está listo para recibir una palabra
inquietante, una misión de dificultad y rechazo, una vida de fe sin garantía
de comodidades excepto las del Espíritu Santo?

¡Eso es exactamente lo que le sucedió a Isaías! El profeta se ofreció:
"Envíame, Señor," y ¡Dios le envió a una misión dura y difícil!

"Dijo entonces: Ve y dile a este pueblo: “Oigan bien, pero no entiendan; vean
bien, pero no comprendan.” Entorpece el corazón de este pueblo. Cierra sus
oídos, y ciega sus ojos. Que no vea con sus ojos ni oiga con sus oídos, ni
entienda con su corazón, para que no se convierta ni sea sanado."(Isaías
6:9-10).

¡La palabra que oyó Isaías no era halagadora! Por el contrario, lo haría
odiado e impopular. El Señor le dijo: "¡Ve, endurece a aquellos que se niegan
a oírme hablar! Cierra los ojos y los oídos. ¡Termina de endurecer su
corazón!"

Si desea conocer la voz de Dios, entonces usted debe estar dispuesto a escuchar
todo lo que Él dice. Dios nunca dirá: "¡Ve!" Hasta que Él primero pregunte:
"¿Quién irá?" Él vendrá a cuestionarle, "¿Estás dispuesto a hacer
cualquier cosa que te digo y ha hacerlo a mi manera? ¿Estás dispuesto a dar
tu vida?"

Cuando años atrás oraba por dirección, el Señor me dijo claramente: "Vuelve
a Nueva York." ¡Esta fue una palabra muy incómoda para mí! Yo me encontraba
listo para jubilarme. Tenía pensado escribir libros y predicar en lugares
específicos. Yo pensé: "Señor, ya he pasado mis mejores años allí. ¡Dame
descanso!"

Sí, queremos escuchar la voz de Dios, pero deseamos oírla cómodamente. No
ansiamos que ésta nos sacuda. Sin embargo, ¿por qué Dios nos daría su voz
de dirección si no está seguro de que le obedeceremos?

Abraham aprendió en primer lugar a oír la voz de Dios obedeciendo prontamente
lo que en su momento había escuchado. La palabra de Dios para él era
sacrificar a su hijo, Isaac (Génesis 22:2). Abraham actuó conforme a esa
palabra y su obediencia se convirtió en un aroma perfumado que tocó el mundo
entero: "En tu simiente todas las naciones de la tierra serán bendecidas,
porque obedeciste mi voz" (Génesis 22:18).

DAVID WILKERSON

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