miércoles, 7 de septiembre de 2011

LA PROVISIÓN DE DIOS Y SU AMOR INCONDICIONAL

La parábola del hijo pródigo se trata de dos hijos, uno que llega al final de
sus propios recursos, y otro que no reclama los recursos de su padre. Esta
parábola también habla sobre el amor incondicional del padre y de la
provisión en su casa.

El hijo menor se dirigió a su padre y le dijo: "Dame la parte de la hacienda
que me corresponde" (Lucas 15:12). La parte que recibió y luego perdió,
representa sus propios intereses: sus talentos, sus capacidades, todas las
cosas que utilizamos para enfrentar la vida y todos sus problemas. Él dijo,
"tengo inteligencia, buen ingenio y buen antecedente. ¡Puedo salir y vivir por
mi cuenta! "

La actitud del hijo menor describe a los cristianos de hoy en día. Sin
embargo, cuando las cosas se ponen difíciles, ¡cuán pronto llegamos al final
de nuestros propios recursos! ¡Cuan rápido gastamos todo lo que tenemos dentro
de nosotros mismos! ¡Podemos calcular nuestra salida de algunos problemas y
encontrar la fuerza interior para algunas pruebas, pero llega un tiempo cuándo
el hambre golpea el alma!

Usted llega al final de sí mismo sin saber qué camino tomar. Sus amigos no
pueden ayudarle, queda vacío, sufriendo, sin nada ni nadie a quien pueda
acudir. Usted está agotado y sus ganas de luchar se han acabado. Todo lo que
le queda es miedo, depresión, vacío y desesperanza.

¿Sigue dando vueltas en la pocilga del diablo, revolcándose en el vacío,
muriendo de hambre? Eso es lo que pasó con el hijo pródigo. ¡No quedaba nada
en él que pudiera aprovechar! Había agotado todos sus recursos y se dio cuenta
hasta dónde le había llevado su independencia. Pero, ¿qué ocurrió para que
finalmente volviera en sí? ¡Se acordó de toda la abundante provisión en
casa de su padre! Él dijo, "me muero de hambre aquí. Pero en casa de mi padre
¡el pan sobra!". Decidió entonces regresar y tomar la abundante y generosa
provisión de su padre.

No hay ni una sola palabra en esta parábola que indique el hijo pródigo
volvió por amor a su padre. Es cierto que se arrepintió, de hecho, cayó de
rodillas, llorando: "Padre, ¡lo siento! He pecado contra ti y contra Dios. Yo
no soy digno de entrar en su casa,” pero él nunca dijo: " ¡Padre, he vuelto
porque te quiero!"

Lo anterior nos revela que el amor de Dios para con nosotros es sin
condiciones, no depende de nuestro amor por Él. La verdad es que Él nos amó
aún cuando nuestros corazones estaban lejos de Él. ¡Este es el amor
incondicional!

DAVID WILKERSON

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