martes, 8 de abril de 2008

NUESTRO INVITADO CARIÑOSO

El Espíritu Santo, cuya presencia es tan silenciosa por ser interior, ve nuestros pensamientos, oye nuestros suspiros y cumple nuestros deseos. El aliento mismo de Dios respira dentro de nosotros, que somos sus templos vivos. Mueve nuestra voluntad pero nunca interfiere con su libertad. Corrige nuestras debilidades con amable persuasión e inspira en el pensamiento santos deseos y obras llenas de celo.

Él procede del Padre y del Hijo, y toca nuestras almas con un rayo de luz que ilumina nuestras mentes, aumenta nuestra fe, anima nuestra esperanza y pone fuego a nuestra débil caridad. Los buenos pensamientos que tenemos no son sino simples susurros de Su voz amable; nuestra conciencia: el aguijón de Su guía; nuestros deseos de santidad: la chispa de Su amor; la fortaleza de nuestras almas: el poder de su omnipotencia. Llena nuestras almas de bondad, paz, amor, gozo, amabilidad y misericordia.

Con suaves pensamientos de peligro nos advierte de las ocasiones de pecado. Nos infunde deseos de establecer metas y de trabajar por el Reino. Nos susurra palabras de amor para que podamos hablar con el Padre, y actos de heroísmo para ser realizadas en nombre del Hijo.

Nos vigila cuando dormimos y pone nuestros pies sobre el suelo al comienzo del nuevo día. Mientras no lo echemos fuera de nosotros con el pecado, Él vive en nuestras almas para infundirnos un espíritu de amor que nosotros no podríamos ni siquiera soñar.

Fuimos creados para amar, pero Él nos transforma en amor al hacernos como Él es, y nos hace posible parecernos cada vez más a Jesús en pensamiento y en obra.

Lo que a nosotros nos corresponde en la obra de nuestra propia santificación es permitirle actuar en nosotros con toda libertad, entregarle nuestra voluntad para que la suya se cumpla en nosotros y darle nuestro corazón para que Él lo utilice para amar. Él, y sólo Él, puede hacer que Jesús dé fruto en nuestros corazones. Él, y sólo Él, puede otorgarnos la gracia, puesto que sólo Dios puede entregar a Dios a los hombres. Su Espíritu piensa con nuestro pensamiento y respira con nuestro aliento, porque Su deleite es estar con los hijos de los hombres.

Él sabe que está de visita en nuestra casa, como un amigo; nunca dispone de nosotros a su antojo. Viene a nosotros en el bautismo y permanece en nosotros con Sus dones mientras nosotros así lo queramos. Nuestra voluntad es la única que puede echarlo fuera, cuando nos preferimos a nosotros mismos y al pecado más que a Él. Dios y el enemigo no pueden convivir en la misma casa al mismo tiempo. El ruido y la confusión del pecado y del egoísmo ahoga Su voz y lo ahuyenta.

De los tres huéspedes silenciosos, el Espíritu Santo es el más callado, porque Su trabajo consiste en cambiarnos, santificarnos y transformarnos. Por su misma naturaleza se trata de un trabajo oculto, de modo que no interfiera con nuestra voluntad, nuestra personalidad, nuestros talentos y nuestros deseos.

Si no sintonizamos Su presencia silenciosa acabaremos pensando que nosotros somos los que nos santificamos a nosotros mismos- así de oculta, callada y suave es Su obra en nosotros. Pero si educamos el oído para escuchar Sus murmullos silenciosos, pronto nos percataremos de cuán poderoso y amante es Él en nosotros. Él es quien arranca los velos de la imperfección que ocultan la presencia de Jesús en nuestro prójimo. Obrando en nosotros, Su amor sale en busca de las necesidades de nuestro vecino. Su fuerza nos da valor para pelear contra el enemigo, el mundo y nosotros mismos, de modo que podamos "revestirnos de la mente de Cristo".

Es Él quien nos enseña a amar con amor desinteresado, hasta la muerte. Es Él quien inspira en nuestros débiles cuerpos un espíritu nuevo, un corazón nuevo y una mente nueva.

Cuando leemos la Escritura, Su presencia ilumina lo que antes estaba en la oscuridad.

Cuando estamos en pecado, Su voz nos inspira pensamientos de arrepentimiento.

Cuando nos sentimos incapaces de amar, Él envía una chispa de Su fuego para calentar nuestros corazones congelados.


SOR ANGELICA

1 comentario:

Isabel dijo...

maravilloso, el obrar del Espiritu en nosotros siempre es maravilloso, nada escapa a su bendita presencia, gracias por lo que escribiste, muy hermoso para el alma.
Isabel
www.edificandoencristo.blogspot.com