El drama de los Curas Obreros
En Ivry, Madeleine ayuda a todas las víctimas de la injusticia y de la violencia, vengan de donde vengan. Se la encuentra respaldando a los exiliados antifranquistas españoles; es ella quien se presenta al presidente de la República, Vicent Auriol, liderando un comité popular de Ivry para pedir la excarcelación injusta de Juan Grant y la obtiene, y la que va con una delegación a ver al cardenal de París para defender a los exiliados. Eran los años de la "Misión de France". Ésta había nacido en el corazón del card. Emmanuel Suhard de París que también había lanzado el mismo grito de Madeleine: "Hay un muro que separa a la Iglesia del pueblo" (cada vez más descristianizado). Suhard convence a los obispos de Francia para que envíen sacerdotes a un Seminario Nacional en Lisieux para la reevangelización del pueblo; la "Misión de France" nace en 1942. Al año siguiente, el abbé Godin lanza su famoso libro: "Francia:¿tierra de misión?". A fines de ese mismo año (1943) empieza la experiencia de los "curas obreros". Madeleine acompaña con entusiasmo esta experiencia que ella vive desde hace tiempo. Es invitada a dar charlas y cursos. Tenía 40 años y un joven sacerdote recuerda el impacto de sus palabras, sobre todo porque salían de una mujer laica.
Es sabido cómo terminó la experiencia de los curas obreros. El 6 de setiembre de 1953 el Seminario Nacional de la "Misión de France" (con 244 seminaristas) debe cerrar sus puertas por orden del Vaticano y los curas obreros dejar su trabajo en las fábricas. Sólo la mitad de los curas obreros obedece. Madeleine invita a la obediencia, aun si "comprender esta lluvia de disposiciones negativas, resulta difícil". E invita a la autocrítica; para ella "no se supo tener en cuenta los peligros de esta experiencia" y finalmente llega a la conclusión de que "a los curas obreros les ha faltado la base fundamental de la oración. Han querido ser como un obrero más sin anunciar el Evangelio; y a la fe no hay que ostentarla, pero tampoco ocultarla". Aun así ella trata de hablar, salvar lo que es posible, relanzar la experiencia sobre nuevas bases; por eso recibe críticas y calumnias, hasta se le llega a negar la comunión. Ella no se desanima y , gracias a una donación, hace una peregrinación de oración a Roma en tren. Llega a la estación de Roma por la mañana y en seguida va a la basílica de San Pedro donde reza durante nueve horas "a corazón perdido"; la misma noche retoma el tren para París. Ella quiere ser fiel a la Iglesia y reza por ella desde el corazón de la misma, apoyada a una columna frente a la tumba de San Pedro y al altar del Papa.
Fue como una tormenta en la vida de Madeleine. Pero pasó. Y al poco tiempo tuvo la felicidad de tener una entrevista con el papa Pío XII y recibir un amplio y fraterno apoyo por parte del card. Veuillot y del card. Montini. Un gran amigo de Madeleine fue el p. Jacques Loew, un cura obrero que trabajaba de descargador en el puerto de Marsella y que había obedecido con prontitud al Papa. El p. Loew, que se transformó después en un gran maestro de espiritualidad, dijo de Madeleine que era una "mujer teologal" y la incluyó en su famoso libro: "A la escuela de los grandes orantes". Madeleine quería vivir "con las manos agarradas a la persona de Nuestro Señor y los pies bien plantados en medio de la muchedumbre de los que no creen". Para ella "la oración es el bien más grande que se puede hacer al mundo; en nuestra sociedad se precisan hombres de adoración, que arranquen todos los días un tiempo para la oración". En su comunidad, además de la misa en la parroquia, había tres horas de meditación diaria y oración, desde las primeras luces del alba. En 30 años Madeleine no se tomó un día de vacaciones, pero encontraba todos los días un largo tiempo para orar.
Su pensamiento sobre el tema de la espiritualidad laical se refleja en cantidad de escritos que han tenido una enorme difusión en estos años, sobre todo en sus tres libros póstumos: "Nosotros, gente de la calle", "El gozo de creer", "Comunidades según el Evangelio". Para ella Dios se revela en la vida cotidiana, en donde Él nos ha puesto, en la calle. Ella es una maestra de la oración para la gente trabajadora, para los que no tienen tiempo para rezar. "Hay que aprender a estar solos con Dios cada vez que la vida o la jornada nos reserva una pausa, y no malgastarla: en el metro, en un café, en un comercio, esperando el bus, en la cocina..". Maravillosa es su oración: "Liturgia de los sin oficio", donde resalta el poder de la oración de intercesión del cristiano común. En el mismo sentido, toda ocasión también es buena para amar. Para ella "cada mañana Dios nos ofrece una jornada entera preparada por Él mismo; no hay nada de más ni nada de menos, nada inútil. Esta jornada es una obra maestra que Dios nos pide que vivamos. Cada minuto de la jornada permite a Cristo vivir a través de nosotros en medio de los hombres". Según ella, son "las paciencias" de todos los días, las que construyen la santidad; es haciendo nuestros "minúsculos deberes" que encontramos "las chispas de la voluntad de Dios". Ella invita al cristiano laico a "quitarse las sandalias porque la tierra que pisa todos los días es tierra santa y allí está Dios escondido detrás de la zarza".
Madeleine muere el 13 de octubre de 1964 durante el Concilio. Aquel día en el aula conciliar, un laico, presidente de la JOC internacional, toma la palabra por primera vez frente a toda la Iglesia y lo hace en nombre de los trabajadores cristianos que viven y luchan en las fábricas y en los barrios obreros de las grandes ciudades.
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