FELIZ CUMPLEAÑOS QUERIDA AMIGA
TU EXISTENCIA ES MUY ESPECIAL PARA MÍ!
SABÉS QUE TE QUIERO!
lunes, 21 de febrero de 2011
miércoles, 2 de febrero de 2011
¿ES EL MORIR GANANCIA?
Pablo lo dijo: “El morir es ganancia” (Filipenses 1:21). Para el
vocabulario espiritual moderno esta forma de hablar es insólita. Nos hemos
convertido en tales adoradores de la vida que tenemos muy pocos deseos de
partir con el Señor.
Pablo afirmó, “Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo
deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Filipenses
1:23). Pero por el bien de edificar a los convertidos, Pablo pensó que era
preferible“quedarse en la caparazón,” o como él lo dijo, “quedar en la
carne”.
¿Era mórbido Pablo? ¿Tenía él una fijación no saludable con la muerte?
¿Mostró Pablo una falta de respeto por la vida con la que Dios lo había
bendecido? ¡Absolutamente no! Pablo vivió su vida plenamente. Para él la
vida era un regalo y él la había usado bien para pelear la buena batalla. Él
había vencido el miedo al “aguijón de la muerte” y podía decir ahora,
“Es mejor morir y estar con el Señor que quedarme en la carne.”
Aquellos que mueren estando en el Señor son los ganadores; nosotros, los que
nos quedamos, somos los perdedores. ¡La muerte no es la sanidad final: la
resurrección lo es! La muerte es un conducto y algunas veces éste puede ser
doloroso. No importa cuánto dolor y sufrimiento inunden a nuestro cuerpo pues
nada se compara con la gloria inexplicable que les espera a aquellos que
soportan esta travesía.
Cualquier sermón sobre la muerte nos molesta. Es un tema que tratamos de
ignorar e inclusive evitamos pensar en él. A las personas que hablan sobre la
muerte las llegamos a considerar mórbidas. Ocasionalmente hablamos sobre cómo
ha de ser el cielo, pero la mayoría del tiempo el asunto de la muerte es tabú.
¡Cuán diferentes eran los primeros cristianos! Pablo habló mucho sobre la
muerte. De hecho, nuestra resurrección de la muerte es abordada en el Nuevo
Testamento como nuestra “esperanza bienaventurada”. Sin embargo, hoy en
día la muerte es considerada la intrusa que nos separa de la buena vida a la
que nos hemos acostumbrado. Hemos llenado nuestras vidas con tantos objetos
materiales que nos encontramos apegados a la vida terrenal y a lo que la rodea.
El mundo nos ha atrapado con el materialismo. No podemos imaginar la idea de
dejar nuestras hermosas casas, nuestras cosas amadas, nuestros amados conyuges.
Pareciera que pensamos, “Morir resultaría en una gran pérdida. Yo amo al
Señor pero necesito tener tiempo para disfrutar mis propiedades. Estoy casado.
Tengo que probar mis “bueyes”. Necesito más tiempo.”
¿Ha notado que hoy en día se habla muy poco sobre el cielo o acerca de dejar
este mundo? En lugar de esto, somos bombardeados con mensajes sobre cómo usar
nuestra fe para adquirir más objetos materiales. ¡Qué concepto tan lejano de
los propósitos eternos de Dios! Con razón hay muchos cristianos temerosos de
la muerte. La verdad es que estamos lejos de entender el llamado de Cristo de
dejar al mundo y a todas sus ataduras. Él nos llama a venir a él y morir,
morir sin construir nuestros propios monumentos funerarios, morir sin
preocuparnos cómo seremos recordados. Jesús no dejó ninguna autobiografía,
ni oficinas corporativas, ni universidades o institutos bíblicos. Él no dejó
nada que perpetuase su recuerdo, sólo el pan y el vino.
DAVID WILKERSON
vocabulario espiritual moderno esta forma de hablar es insólita. Nos hemos
convertido en tales adoradores de la vida que tenemos muy pocos deseos de
partir con el Señor.
Pablo afirmó, “Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo
deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Filipenses
1:23). Pero por el bien de edificar a los convertidos, Pablo pensó que era
preferible“quedarse en la caparazón,” o como él lo dijo, “quedar en la
carne”.
¿Era mórbido Pablo? ¿Tenía él una fijación no saludable con la muerte?
¿Mostró Pablo una falta de respeto por la vida con la que Dios lo había
bendecido? ¡Absolutamente no! Pablo vivió su vida plenamente. Para él la
vida era un regalo y él la había usado bien para pelear la buena batalla. Él
había vencido el miedo al “aguijón de la muerte” y podía decir ahora,
“Es mejor morir y estar con el Señor que quedarme en la carne.”
Aquellos que mueren estando en el Señor son los ganadores; nosotros, los que
nos quedamos, somos los perdedores. ¡La muerte no es la sanidad final: la
resurrección lo es! La muerte es un conducto y algunas veces éste puede ser
doloroso. No importa cuánto dolor y sufrimiento inunden a nuestro cuerpo pues
nada se compara con la gloria inexplicable que les espera a aquellos que
soportan esta travesía.
Cualquier sermón sobre la muerte nos molesta. Es un tema que tratamos de
ignorar e inclusive evitamos pensar en él. A las personas que hablan sobre la
muerte las llegamos a considerar mórbidas. Ocasionalmente hablamos sobre cómo
ha de ser el cielo, pero la mayoría del tiempo el asunto de la muerte es tabú.
¡Cuán diferentes eran los primeros cristianos! Pablo habló mucho sobre la
muerte. De hecho, nuestra resurrección de la muerte es abordada en el Nuevo
Testamento como nuestra “esperanza bienaventurada”. Sin embargo, hoy en
día la muerte es considerada la intrusa que nos separa de la buena vida a la
que nos hemos acostumbrado. Hemos llenado nuestras vidas con tantos objetos
materiales que nos encontramos apegados a la vida terrenal y a lo que la rodea.
El mundo nos ha atrapado con el materialismo. No podemos imaginar la idea de
dejar nuestras hermosas casas, nuestras cosas amadas, nuestros amados conyuges.
Pareciera que pensamos, “Morir resultaría en una gran pérdida. Yo amo al
Señor pero necesito tener tiempo para disfrutar mis propiedades. Estoy casado.
Tengo que probar mis “bueyes”. Necesito más tiempo.”
¿Ha notado que hoy en día se habla muy poco sobre el cielo o acerca de dejar
este mundo? En lugar de esto, somos bombardeados con mensajes sobre cómo usar
nuestra fe para adquirir más objetos materiales. ¡Qué concepto tan lejano de
los propósitos eternos de Dios! Con razón hay muchos cristianos temerosos de
la muerte. La verdad es que estamos lejos de entender el llamado de Cristo de
dejar al mundo y a todas sus ataduras. Él nos llama a venir a él y morir,
morir sin construir nuestros propios monumentos funerarios, morir sin
preocuparnos cómo seremos recordados. Jesús no dejó ninguna autobiografía,
ni oficinas corporativas, ni universidades o institutos bíblicos. Él no dejó
nada que perpetuase su recuerdo, sólo el pan y el vino.
DAVID WILKERSON
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